jueves, 27 de mayo de 2010

El Cazador de Amaneceres 2

Se levantó temprano y enfiló hacia la ribera, en una de los extremos de la pequeña bahía de Punta Indio se sentó a esperar la salida del sol. El escenario no podía ser más propicio. En la comarca el Río de la Plata se ensancha para abrazarse con el mar. La línea del horizonte dibuja un extenso arco imposible de abarcar de una sola mirada. Al frente, en la otra orilla se perciben las luces de Montevideo, demasiado temprano todavía para vislumbrar el día. La noche cubre con una manta parda el monte que bordea la costa del río. Troncos de Tala, algarrobos, caña tacuara, juncos y lirios en flor forman parte de la selva más austral del mundo. Cuando despunta el alba hacia un par de horas que aguardaba. En la ansiedad de la espera, se quedo dormido y despertó cuando el sol ya estaba sobre el horizonte.
Al segundo día fue más preparado. Era un cazador y lo primero que tenía que conocer era la rutina de su presa. Llevó consigo un anotador que oficiaba de cuaderno de bitácora. Con lápiz Faber tomaba nota de horarios y circunstancias sin perder detalles. La brisa fresca que soplaba por la mañana en el caluroso mes de enero lo alentaba a proseguir. Había avanzado en algunas precisiones, el día comenzaba a aclarar a las cinco de la mañana y el sol salía a la seis en punto. Después de un tiempo se puso más ducho. Solo tenía en su contra que la puntualidad de la naturaleza no le permitía hacer fiaca antes de levantarse.
Sin la ansiedad de los primeros días, llegó el momento para contemplar en toda su dimensión la llegada del nuevo día. Son las seis en punto de la mañana y el sol sale sobre el horizonte de agua. El río es un inmenso espejo frente al cual el astro rey se despereza con sus pelos todavía enmarañados por el revuelo de una noche condimentada. Se lo ve aparecer, como quien observa una persona que trepa por detrás de un muro. Primero es un destello de luz, después asoma el arco superior de su cabeza, toma impulso y lentamente asciende en el preciso lugar donde el cielo se confunde con el agua. En la belleza y lo efímero de ese acto está el secreto de la vida sobre tierra. No hay dos amaneceres iguales -la frase por repetida suena como un eco de una verdad revelada- Cada amanecer es distinto al otro. Sin posibilidades de “replay”, quien no asiste a uno se lo pierde para siempre.




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